El 7 de mayo de 2010 el grupo de Svante Pääbo, de Leipzig, publicó un artículo en la revista Science que seguramente se convertirá en una referencia clásica en antropología. Su título, “A Draft Sequence of the Neandertal Genome”, no recoge el elemento del artículo cuya publicación provocó un mayor interés, el del hallazgo de secuencias de nucleótidos en su genoma que al parecer comparten los restos fósiles de neandertales de los que se extrajeron las muestras de ADN, con seres humanos modernos de Eurasia. La conclusión que se extrae de esos hallazgos es que en algún momento, cuando nuestros antecesores se desplazaron desde África hacia Eurasia, se produjo hibridación entre individuos de una y otra especie, y esa hibridación dio lugar a individuos fértiles.
En el ensayo “The 10.000 year explosion”, al que me referí en la entrada anterior a esta, Gregory Cochran y Henry Harpending sostenían que es muy posible que en nuestro pasado hubiésemos hibridado con neandertales. Hay que reparar en el hecho de que el libro se publicó en 2009, cuando aún no se habían publicado las informaciones a que me he referido antes. Según ellos, esa hibridación se produjo conforme nuestra especie fue desplazando a los neandertales, hasta que finalmente llegaron a extinguirse.
En el libro, a lo largo de toda una sección, “The Neanderthal within” (pp: 25-64), se discuten y presentan argumentos contra las objeciones que se habían venido oponiendo a la hipótesis de la hibridación. Se objetaba que esa hibridación no podía producir descendencia fértil, pero resulta que bonobos y chimpancés sí la tienen; recuérdese que humanos modernos y neandertales divergieron hace 500.000 años, mientras que bonobos y chimpancés lo hicieron hace 800.000 años. La distancia genética entre estos últimos es, seguramente, mayor. Y entre mamíferos se produce hibridación con descendencia fértil entre especies aún más alejadas. También se aducía que nuestros antepasados difícilmente hubiesen deseado aparearse con individuos tan diferentes a ellos mismos, que se trataría de una suerte de bestialismo. Sin embargo, aparte de que el bestialismo no es un fenómeno tan extraordinario en seres humanos, no sería correcto considerar bestialismo a las relaciones sexuales entre individuos tan próximos anatómica y fisiológicamente.
Según Cochran y Harpending la hibridación pudo resultarnos de gran valor. La razón que aducen para ello es que gracias a ella, quizás se incorporaron a nuestro acervo genes que nos resultaron especialmente útiles. Según ellos, la explosión tecnológica y artística que tuvo lugar en el Paleolítico Superior (hace 40.000 años en adelante) puedo tener algo que ver con esa posible hibridación, y probablemente también la capacidad para ocupar ecosistemas de características muy diferentes a las de los territorios africanos de los que procedían nuestros antecesores.
La aportación de los neandertales pudo resultar clave, por ejemplo, para mejorar las posibilidades de supervivencia en climas más fríos. Fisiológicamente, existe un margen considerable de variación potencial adaptativa. El frío se puede combatir mediante mecanismos hormonales que provocan una elevación del metabolismo y de la consiguiente producción endógena de calor. Y es perfectamente posible que los neandertales tuviesen una tasa metabólica más adecuada para hacer frente a climas muy fríos. También es posible que la caza en entornos propios de climas fríos, por el tipo de presas que había que abatir, requiriese una configuración anatómica y unas aptitudes más propias de los neandertales, por ejemplo. Y la resistencia a enfermedades infecciosas características de esas zonas también pudo constituir una aportación de gran importancia.
Y por supuesto, cabe suponer que también pudieron aportar características mentales diferentes. Tanto neandertales como humanos de origen africano habían desarrollado grandes cerebros. Ambos tenían, seguramente, habilidades cognitivas muy desarrolladas. Lo que quizás diferenciaba a las dos especies (si es que cabe hablar a estas alturas de especies) es la mentalidad y la adecuación de las habilidades cognitivas de una y otra para hacer frente a los retos propios del entorno en el que habitaban los neandertales. El tipo de problemas que debían resolver, la caza que debían practicar, los refugios que debían construir o habilitar, todas estas son cuestiones que tienen que ver con aptitudes mentales. Y en esa esfera, también se pudieron adquirir rasgos con valor adaptativo para los humanos que procedían de África, por lo que habrían sido seleccionados y mantenidos en las poblaciones humanas que perduraron.
Con lo anterior no se quiere indicar que esas eran las razones por las que los “africanos” se aparearon con los “euroasiáticos”, por supuesto que no. Lo que se trata de explicar es que fue el valor adaptativo de aquellos rasgos el que hizo que quizás se extendieran por las poblaciones humanas de entonces, hasta el punto de que algunos restos de aquellos genes han llegado hasta nosotros. Y según Cochran y Harpending, quizás algunos de esos genes los que, directa o indirectamente, propiciaron la gran creatividad artística y técnica y, en definitiva, el gran desarrollo cultural que tuvo lugar en Europa tras la ocupación del continente por parte de los “africanos”.
En el ensayo “The 10.000 year explosion”, al que me referí en la entrada anterior a esta, Gregory Cochran y Henry Harpending sostenían que es muy posible que en nuestro pasado hubiésemos hibridado con neandertales. Hay que reparar en el hecho de que el libro se publicó en 2009, cuando aún no se habían publicado las informaciones a que me he referido antes. Según ellos, esa hibridación se produjo conforme nuestra especie fue desplazando a los neandertales, hasta que finalmente llegaron a extinguirse.
En el libro, a lo largo de toda una sección, “The Neanderthal within” (pp: 25-64), se discuten y presentan argumentos contra las objeciones que se habían venido oponiendo a la hipótesis de la hibridación. Se objetaba que esa hibridación no podía producir descendencia fértil, pero resulta que bonobos y chimpancés sí la tienen; recuérdese que humanos modernos y neandertales divergieron hace 500.000 años, mientras que bonobos y chimpancés lo hicieron hace 800.000 años. La distancia genética entre estos últimos es, seguramente, mayor. Y entre mamíferos se produce hibridación con descendencia fértil entre especies aún más alejadas. También se aducía que nuestros antepasados difícilmente hubiesen deseado aparearse con individuos tan diferentes a ellos mismos, que se trataría de una suerte de bestialismo. Sin embargo, aparte de que el bestialismo no es un fenómeno tan extraordinario en seres humanos, no sería correcto considerar bestialismo a las relaciones sexuales entre individuos tan próximos anatómica y fisiológicamente.
Según Cochran y Harpending la hibridación pudo resultarnos de gran valor. La razón que aducen para ello es que gracias a ella, quizás se incorporaron a nuestro acervo genes que nos resultaron especialmente útiles. Según ellos, la explosión tecnológica y artística que tuvo lugar en el Paleolítico Superior (hace 40.000 años en adelante) puedo tener algo que ver con esa posible hibridación, y probablemente también la capacidad para ocupar ecosistemas de características muy diferentes a las de los territorios africanos de los que procedían nuestros antecesores.
La aportación de los neandertales pudo resultar clave, por ejemplo, para mejorar las posibilidades de supervivencia en climas más fríos. Fisiológicamente, existe un margen considerable de variación potencial adaptativa. El frío se puede combatir mediante mecanismos hormonales que provocan una elevación del metabolismo y de la consiguiente producción endógena de calor. Y es perfectamente posible que los neandertales tuviesen una tasa metabólica más adecuada para hacer frente a climas muy fríos. También es posible que la caza en entornos propios de climas fríos, por el tipo de presas que había que abatir, requiriese una configuración anatómica y unas aptitudes más propias de los neandertales, por ejemplo. Y la resistencia a enfermedades infecciosas características de esas zonas también pudo constituir una aportación de gran importancia.
Y por supuesto, cabe suponer que también pudieron aportar características mentales diferentes. Tanto neandertales como humanos de origen africano habían desarrollado grandes cerebros. Ambos tenían, seguramente, habilidades cognitivas muy desarrolladas. Lo que quizás diferenciaba a las dos especies (si es que cabe hablar a estas alturas de especies) es la mentalidad y la adecuación de las habilidades cognitivas de una y otra para hacer frente a los retos propios del entorno en el que habitaban los neandertales. El tipo de problemas que debían resolver, la caza que debían practicar, los refugios que debían construir o habilitar, todas estas son cuestiones que tienen que ver con aptitudes mentales. Y en esa esfera, también se pudieron adquirir rasgos con valor adaptativo para los humanos que procedían de África, por lo que habrían sido seleccionados y mantenidos en las poblaciones humanas que perduraron.
Con lo anterior no se quiere indicar que esas eran las razones por las que los “africanos” se aparearon con los “euroasiáticos”, por supuesto que no. Lo que se trata de explicar es que fue el valor adaptativo de aquellos rasgos el que hizo que quizás se extendieran por las poblaciones humanas de entonces, hasta el punto de que algunos restos de aquellos genes han llegado hasta nosotros. Y según Cochran y Harpending, quizás algunos de esos genes los que, directa o indirectamente, propiciaron la gran creatividad artística y técnica y, en definitiva, el gran desarrollo cultural que tuvo lugar en Europa tras la ocupación del continente por parte de los “africanos”.
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