Los requerimientos nutricionales modernos representan el resultado final de la interacción entre nuestros ancestros y su entorno.Una serie de desviaciones de la base nutricional de nuestros ancestros primates han tenido un impacto evolutivo y se ve reflejado en la salud del ser humano contemporáneo (1). Un mejor conocimiento de los patrones alimenticios de nuestros ancestros nos ayudaría a corregir los problemas actuales.
Desde el Ardiphitecus ramidus al Homo Sapiens
Las diferentes etapas del desarrollo del hombre han sido determinadas, principalmente, por los cambios climáticos acaecidos en la Tierra (2). La transición desde una alimentación vegetariana a una alimentación omnívora-carnívora, y los cambios en la etología que esto conlleva, obligó a los homínidos a modificar la fisiología y la bioquímica de su nutrición (1-3).
Un hito importante en la historia evolutiva humana fue el paso a un medio abierto, las sabanas del Este de África, por parte de los Australopitecinos (3). En estas nuevas condiciones, particularmente duras, la obtención de alimentos se tornó una tarea ardua debido a la escasez de estosy a la lucha constante por conseguirlos (2,3). Su alimentación era intermitente y de escaso valor nutricional (2). Estas dificultades, unidas al gran esfuerzo físico que constituían las largas caminatas para buscar el alimento, hicieron necesario el desarrollo de una serie de características genéticas que les permitiera reducir al mínimo el consumo de energía.
Hipótesis del “genotípo ahorrador”. ¡Somos hijos del hambre!
Según la hipótesis del “genotipo ahorrador”, formulada por primera vez por Neel en 1962, los ciclos de hambre y abundancia que padecieron durante millones de años de evolución nuestros ancestros en aquel entorno de escasa disponibilidad de alimentos, seleccionaron un genotipo que, mediante mutaciones en los receptores de insulina (2), permitía una ganancia rápida de grasa durante las épocas de abundancia de alimento, y así estos depósitos de energía de reserva proporcionaban ventajas de supervivencia y reproducción (3).
El impacto de la modernidad sobre los genes ahorradores
El cambio sociocultural que hemos experimentado en tiempos modernos, con un descenso notable en la actividad física y un incremento en el consumo de grasas saturadas y edulcorantes calóricos, ha hecho patente la incompatibilidad de nuestros genes de la Edad de Piedra, con nuestra forma de vida de la Era Espacial (4). Al habernos alejado de nuestro diseño evolutivo, nuestros propios genes, en estas nuevas condiciones, se han convertido en promotores de las llamadas enfermedades de la “opulencia” (obesidad, diabetes, hipertensión, arteriosclerosis, etc.) (3-5).
Desde el Ardiphitecus ramidus al Homo Sapiens
Las diferentes etapas del desarrollo del hombre han sido determinadas, principalmente, por los cambios climáticos acaecidos en la Tierra (2). La transición desde una alimentación vegetariana a una alimentación omnívora-carnívora, y los cambios en la etología que esto conlleva, obligó a los homínidos a modificar la fisiología y la bioquímica de su nutrición (1-3).
Un hito importante en la historia evolutiva humana fue el paso a un medio abierto, las sabanas del Este de África, por parte de los Australopitecinos (3). En estas nuevas condiciones, particularmente duras, la obtención de alimentos se tornó una tarea ardua debido a la escasez de estosy a la lucha constante por conseguirlos (2,3). Su alimentación era intermitente y de escaso valor nutricional (2). Estas dificultades, unidas al gran esfuerzo físico que constituían las largas caminatas para buscar el alimento, hicieron necesario el desarrollo de una serie de características genéticas que les permitiera reducir al mínimo el consumo de energía.
Hipótesis del “genotípo ahorrador”. ¡Somos hijos del hambre!
Según la hipótesis del “genotipo ahorrador”, formulada por primera vez por Neel en 1962, los ciclos de hambre y abundancia que padecieron durante millones de años de evolución nuestros ancestros en aquel entorno de escasa disponibilidad de alimentos, seleccionaron un genotipo que, mediante mutaciones en los receptores de insulina (2), permitía una ganancia rápida de grasa durante las épocas de abundancia de alimento, y así estos depósitos de energía de reserva proporcionaban ventajas de supervivencia y reproducción (3).
El impacto de la modernidad sobre los genes ahorradores
El cambio sociocultural que hemos experimentado en tiempos modernos, con un descenso notable en la actividad física y un incremento en el consumo de grasas saturadas y edulcorantes calóricos, ha hecho patente la incompatibilidad de nuestros genes de la Edad de Piedra, con nuestra forma de vida de la Era Espacial (4). Al habernos alejado de nuestro diseño evolutivo, nuestros propios genes, en estas nuevas condiciones, se han convertido en promotores de las llamadas enfermedades de la “opulencia” (obesidad, diabetes, hipertensión, arteriosclerosis, etc.) (3-5).
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