domingo, 1 de noviembre de 2009

Los cinco mayores fraudes científicos que llegamos a creernos

El falso «eslabón perdido» entre dinosaurios y aves

Hace tan sólo unos días, el investigador surcoreano Hwang Woo-suk fue condenado a dos años de cárcel en suspensión (no irá a prisión, pero será vigilado por las autoridades) por cometer uno de los mayores fraudes de la historia de la ciencia. Woo-suk y su equipo engañaron al mundo en 2004 al anunciar que habían conseguido clonar por primera vez embriones humanos. La comunidad científica dio por buena y aplaudió la asombrosa noticia, que fue publicada en la revista Science, una de las más prestigiosas, de lo que los medios de comunicación de todo el planeta se hiciero eco de inmediato con entusiasmo. Pero era mentira.

El montaje del equipo surcoreano no es el primero de este tipo. Otras investigaciones que en un principio fueron presentadas como pioneras han resultado al final un burdo invento. ¿Qué lleva a un científico a arriesgar su carrera de semejante forma? En muchos casos hay detrás un afán excesivo de notoriedad, el deseo de obtener resultados a toda costa -en ocasiones alimentado por la presión institucional o económica- y un evidente desprecio al juego limpio. Estos científicos que deshonran su profesión tienen la ventaja de jugar con la credulidad y la falta de información del público, que nos tragamos el cuento hasta que otros expertos levantan la alfombra y sólo encuentran polvo. En las siguientes líneas reseñamos cinco de los mayores bulos científicos de la Historia. Han sido escogidos por su originalidad y por el escándalo que causaron, aunque existen muchos más.
Los cinco mayores fraudes científicos que llegamos a creernos

-El Hombre de Piltdown, un basto «eslabón perdido»:

Charles Dawson, con el falso cráneo

El fraude del Hombre de Piltdown es para echarse las manos a la cabeza, porque no puede ser más descarado, pero se mantuvo durante décadas. En 1912 aparecieron en Sussex, Inglaterra, unos fragmentos de un supuesto cráneo humano y de una mandíbula de aspecto simiesco que, unidos, parecían pertenecer a una especie desconocida. Se llegó a decir que era el «eslabón perdido» entre el hombre y el mono. En realidad, era una falsificación formada por la mandíbula de un orangután, un cráneo humano medieval y algunos dientes de chimpancé. Los dientes habían sido limados para darles apariencia humana, y envejecidos en una solución de hierro y ácido crómico. Unas pruebas científicas desvelaron el timo... ¡en 1949! Se dice que el «padre» de la idea fue el médico y paleoantropólogo aficionado Charles Dawson, aunque también se sospecha de Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, y el jesuita Pierre Teilhard de Chardin.

-Vestigios arqueológicos «de quita y pon»:
El arqueólogo japonés Sinichi Fujimura la montó gorda. Pese a haberse ganado con anterioridad el prestigio internacional por descubrir las cerámicas más antiguas de su país, de unos 40.000 años, en 2000 aseguró haber encontrado cerca de la localidad de Tsukidate utensilios y agujeros que soportaban pilares de 600.000 años, lo que demostraba la presencia humana en el archipiélago en aquella época. Nada de eso. El científico colocaba de madrugada los artefactos prehistóricos que desenterraban sus colaboradores durante el día. Unos reporteros le pillaron con las manos en la masa. El especialista lloró su culpa públicamente y aseguró que «el diablo» le impulsó a hacerlo.
Los cinco mayores fraudes científicos que llegamos a creernos

Mitad ave, mitad dinosaurio:


El «eslabón perdido» entre aves y dinosaurios

Otro fraude que no deja en buen lugar a los paleontólogos. Se llamaba Archaeoraptor liaoningensis, un dinosaurio con alas que se ganó la portada del National Geographic por ser el supuesto «eslabón perdido» entre los dinosaurios y la aves. Fue encontrado en China en los años 90 y tenía un aspecto magnífico: preciosa alas emplumadas y cola de dinosaurio. Toda una fantasía animal. Un escáner demostró poco después que el dinosaurio original era un pequeño carnívoro, el «Microraptor zhaoianus», al que se habían trasplantado partes de un ave, denominada «Yanornis martini».

-Un sapo con tinta en el cuerpo:
Paul Kammerer, uno de los biólogos más importantes de la primera mitad del siglo XX y al que se le conocía como el nuevo Darwin, creía firmemente que las habilidades de los animales se pasan a sus descendientes y se empeñó en demostrarlo. El vienés habituó a los sapos parteros a aparearse en el agua (como lo hacen las ranas). Resulta que, en esas circunstancias, a los machos les salen unas diminutas espinas en sus patas traseras para agarrarse mejor a la espalda mojada de las hembras. Kammerer aseguraba que a la progenie de estos sapos les salían las mismas espinitas, una investigación que echaba por tierra la teoría de la evolución y que se mereció su publicación en Nature. Un colega descubrió que las características de los sapos no eran naturales y que Kammerer les había inyectado tinta china en sus patas. El biólogo no pudo soportar la vergüenza y se pegó un tiro.

-La falsa clonación humana:


Hwang Woo Suk

El científico surcoreano Hwang Woo Suk anunció en 2005 que había obtenido células madre de embriones humanos clonados de diversos pacientes. El descubrimiento fue recibido con los brazos abiertos por una buena parte de la opinión pública, pues suponía una nueva vía para el tratamiento de enfermedades como el parkinson, el alzheimer o la diabetes. Woo Suk se convirtió en un héroe en su país y recibió honores de la comunidad científica. Sin embargo, en enero de 2006 una comisión de investigación de la Universidad de Seúl confirmó que la eminencia mundial había falsificado los resultados de sus experimentos y que nunca existieron tales células madres conseguidas de pacientes específicos. El propio científico, que llegó a ser director del primer banco mundial de células tras el engaño, admitió haber falsificado algunos datos. El caso del «doctor clon» provocó tal polvareda que Corea del Sur prohibió la investigación con células madre embrionarias hasta marzo de 2007. Hace tan sólo unos días fue encontrado culpable por las autoridades y condenado a dos años de cárcel en suspensión.

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