Malas noticias para todos los que soñábamos con recorrer la galaxia a velocidades relativísticas. Según parece, al desplazarnos a velocidades cercanas a la de la luz, los escasos átomos de hidrógeno que existen en el espacio “vacío” nos golpearían tan duro como las partículas aceleradas por el LHC. Si los científicos de la Universidad Johns Hopkins están en lo cierto, esos pequeños átomos nos freirían en pocos segundos. Veamos en qué se basan para hacer trizas nuestro sueño.
William Edelstein, un físico de la Universidad Johns Hopkins School of Medicine en Baltimore, Maryland, ha hecho algunos cálculos y obtenido resultados demoledores. Asegura que si nos desplazásemos por el espacio a velocidades cercanas a la de la luz, moriríamos a los pocos segundos. Y no se trata de un problema orgánico producido por la aceleración necesaria para alcanzar esa velocidad, ni muchos menos. Simplemente, el problema al que nos enfrentamos reside en que lo que acostumbramos a llamar “espacio vacío”, en realidad dista bastante de ser un verdadero “espacio vacío”. La atmósfera de la Tierra posee, en cada centímetro cúbico, unos 30 millones de billones de átomos (algo así como 1,000,000,000,000,000,000 átomos). En el espacio, con algo de suerte, solo podemos encontrar un par de átomos de hidrógeno por cada centímetro cúbico. Pero esa ridícula cantidad de materia alcanza y sobra para impedirnos viajar “a lo Star Trek”.
William Edelstein, un físico de la Universidad Johns Hopkins School of Medicine en Baltimore, Maryland, ha hecho algunos cálculos y obtenido resultados demoledores. Asegura que si nos desplazásemos por el espacio a velocidades cercanas a la de la luz, moriríamos a los pocos segundos. Y no se trata de un problema orgánico producido por la aceleración necesaria para alcanzar esa velocidad, ni muchos menos. Simplemente, el problema al que nos enfrentamos reside en que lo que acostumbramos a llamar “espacio vacío”, en realidad dista bastante de ser un verdadero “espacio vacío”. La atmósfera de la Tierra posee, en cada centímetro cúbico, unos 30 millones de billones de átomos (algo así como 1,000,000,000,000,000,000 átomos). En el espacio, con algo de suerte, solo podemos encontrar un par de átomos de hidrógeno por cada centímetro cúbico. Pero esa ridícula cantidad de materia alcanza y sobra para impedirnos viajar “a lo Star Trek”.
En efecto, si la USS Enterprise fuese de verdad, y respetase las leyes físicas que rigen el Universo, Kirk, Spock y el resto de la tripulación morirían a los pocos segundos de pisar el acelerador. La culpa seria de esos dos átomos de hidrógeno por centímetro cúbico y de la Teoria de la Relatividad de Einstein. Esa débil cantidad de materia se convertiría en un haz de radiación lo suficientemente intenso como para matar a los humanos abordo en pocos segundos, e incluso bastaría para destruir los instrumentos electrónicos de la nave, y a la nave misma. La Teoría de la Relatividad Especial describe cómo el espacio y el tiempo se encuentran distorsionados para observadores que viajan a diferentes velocidades. Para la tripulación de una nave espacial que acelera hasta cerca de la velocidad de la luz, el espacio interestelar parece muy comprimido, lo que aumenta el número de átomos de hidrógeno que golpean la nave cada segundo, convirtiéndolos en un verdadero rayo de la muerte apuntado hacia la proa.
Desde el punto de vista de los viajeros, los átomos mencionados son acelerados hacia ellos, por lo que su energía cinética aumenta. Si quisiésemos viajar al centro de la Vía Láctea -distante unos 50.000 años luz de la Tierra- en un lapso de tiempo razonable -digamos unos 10 años- nuestra nave debería desplazarse a una velocidad cercana al 99,999998 por ciento de la velocidad de la luz. A estas velocidades, los átomos de hidrógeno impactarían contra nuestro vehículo con una energía de aproximadamente 7 TeV (Teteraelectron voltios), el doble de la energía que se espera alcanzar con el Gran Colisionador de Hadrones cuando funcione a pleno rendimiento. “Para la tripulación de la nave, el efecto de estos átomos acelerados sería el mismo que si se parasen frente al haz del partículas del LHC”, dice Edelstein.
¿Estar dentro del reforzado casco de la nave hace alguna diferencia? Sí, pero no demasiada. La estructura de la nave, de hecho, ofrece poca protección. Edelstein calcula que un tabique construido con 10 centímetros de aluminio lograría absorber menos del 1% de la energía que impacta contra el vehículo espacial. Dado que los átomos de hidrógeno tiene un protón en su núcleo, su impacto nos expone a una peligrosa radiación ionizante, capaz de romper los enlaces químicos de nuestro ADN y dañarlo irreversiblemente. “Los átomos de hidrógeno son como minas espaciales inevitables”, afirma Edelstein, sepultando definitivamente nuestras ganas de recorrer la galaxia a altas velocidades. La dosis de radiación mortal para un ser humano es de aproximadamente 6 sievert. Los cálculos efectuados por Edelstein demuestran que la tripulación recibiría una dosis de radiación superior a los 10.000 sieverts cada segundo. La radiación seria tan intensa, que incluso debilitaría la estructura de la nave espacial y daño de sus instrumentos electrónicos. Puesto a especular, el científico cree que esta puede ser una de las razones por las cuales las civilizaciones extraterrestres más avanzadas aún no nos han visitado. Aunque ET haya logrado la tecnología necesaria para construir una nave interestelar, no puede viajar a velocidades cercanas a la de la luz sin convertirse en un cadáver a bordo de una debilitada nave fantasma.
Parece que el Universo se opone a que nos movamos rápido por su interior. Esos pocos átomos dispersos en el espacio se convierten en una verdadera barrera para nuestros desplazamientos. ¿Podríamos evitarla? Quizás. Seguramente no con la tecnología actual, pero si fuésemos capaces de construir un poderoso campo magnético en el frente de la nave, desviaríamos el haz de protones antes de que nos dé de lleno. De hecho, algo así es lo que usamos para que los protones acelerados dentro del LCH describan una curva de 27 kilómetros de diámetro por el interior del túnel principal.
Desde el punto de vista de los viajeros, los átomos mencionados son acelerados hacia ellos, por lo que su energía cinética aumenta. Si quisiésemos viajar al centro de la Vía Láctea -distante unos 50.000 años luz de la Tierra- en un lapso de tiempo razonable -digamos unos 10 años- nuestra nave debería desplazarse a una velocidad cercana al 99,999998 por ciento de la velocidad de la luz. A estas velocidades, los átomos de hidrógeno impactarían contra nuestro vehículo con una energía de aproximadamente 7 TeV (Teteraelectron voltios), el doble de la energía que se espera alcanzar con el Gran Colisionador de Hadrones cuando funcione a pleno rendimiento. “Para la tripulación de la nave, el efecto de estos átomos acelerados sería el mismo que si se parasen frente al haz del partículas del LHC”, dice Edelstein.
¿Estar dentro del reforzado casco de la nave hace alguna diferencia? Sí, pero no demasiada. La estructura de la nave, de hecho, ofrece poca protección. Edelstein calcula que un tabique construido con 10 centímetros de aluminio lograría absorber menos del 1% de la energía que impacta contra el vehículo espacial. Dado que los átomos de hidrógeno tiene un protón en su núcleo, su impacto nos expone a una peligrosa radiación ionizante, capaz de romper los enlaces químicos de nuestro ADN y dañarlo irreversiblemente. “Los átomos de hidrógeno son como minas espaciales inevitables”, afirma Edelstein, sepultando definitivamente nuestras ganas de recorrer la galaxia a altas velocidades. La dosis de radiación mortal para un ser humano es de aproximadamente 6 sievert. Los cálculos efectuados por Edelstein demuestran que la tripulación recibiría una dosis de radiación superior a los 10.000 sieverts cada segundo. La radiación seria tan intensa, que incluso debilitaría la estructura de la nave espacial y daño de sus instrumentos electrónicos. Puesto a especular, el científico cree que esta puede ser una de las razones por las cuales las civilizaciones extraterrestres más avanzadas aún no nos han visitado. Aunque ET haya logrado la tecnología necesaria para construir una nave interestelar, no puede viajar a velocidades cercanas a la de la luz sin convertirse en un cadáver a bordo de una debilitada nave fantasma.
Parece que el Universo se opone a que nos movamos rápido por su interior. Esos pocos átomos dispersos en el espacio se convierten en una verdadera barrera para nuestros desplazamientos. ¿Podríamos evitarla? Quizás. Seguramente no con la tecnología actual, pero si fuésemos capaces de construir un poderoso campo magnético en el frente de la nave, desviaríamos el haz de protones antes de que nos dé de lleno. De hecho, algo así es lo que usamos para que los protones acelerados dentro del LCH describan una curva de 27 kilómetros de diámetro por el interior del túnel principal.
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